En la Iglesia Adventista del Séptimo Da el servicio de
comunión se
celebra habitualmente una vez por trimestre. Esta
ceremonia incluye el rito
del lavamiento de los pies y la Cena del Seor. Debe ser
una ocasión muy
sagrada y gozosa, tanto para la congregación como para el
pastor o anciano.
Dirigir el servicio de comunión es, indudablemente, uno
de los deberes
más sagrados que un pastor o anciano tienen el
privilegio de realizar. Jesús, el gran Redentor del
mundo, es santo. Los Ángeles,
declaran: "Santo, santo,
santo es el Seor Dios Todopoderoso, el que era, el que
es, y el que ha de
venir" (Apoc. 4:8). Por lo tanto, puesto que Jesús es
santo, los símbolos
que representan su cuerpo y su sangre también son
santos.
Siendo que el Señor mismo escogió los emblemas
profundamente
significativos del pan sin levadura y el jugo sin
fermentar del fruto de la
vid, y usó el medio más simple para lavar los pies de los
discípulos, debe
haber gran reluctancia a introducir símbolos y medios
alternativos (excepto
en casos de verdadera emergencia) para que no se pierda
el significado original
de la ceremonia.
Del mismo modo, debe haber cautela en el orden de la
ceremonia y en
las partes tradicionales desempeñadas por los pastores,
los ancianos, los
di‡conos y las diaconisas en el servicio de la comunión,
para que la sustitución y la innovación no favorezcan la tendencia a tornar
común lo que es
sagrado.
El individualismo y la independencia de acción y práctica
podrían
convertirse en una expresión de falta de interés por la
unidad y comunión
de la iglesia en esa ocasión tan bendita y sagrada. El
deseo de introducir
cambios puede neutralizar el elemento conmemorativo de
este servicio establecido
por el Seor mismo al entrar en su pasión.
La ceremonia de la Cena del Seor es tan sagrada hoy como
cuando
fue instituida por Jesucristo. Jesús está todavía
presente cuando este rito
sagrado se realiza. Leemos: "Es en estas ocasiones
designadas por Él mismo
cuando Cristo se encuentra con los suyos y los fortalece
por su presencia" (El Deseado de todas las gentes, p. 613).
El rito del lavamiento de los pies.
"Ahora, habiendo
lavado los pies
de los discípulos, dijo: "Ejemplo os he dado, para que
como yo os he hecho,
vosotros también hagáis". En estas palabras Cristo no
sólo ordenaba la
práctica de la hospitalidad. Quería enseñar algo m‡s que
el lavamiento de
los pies de los huéspedes para quitar el polvo del
viaje. Cristo instituía un
servicio religioso. Por el acto de nuestro Seor, esta
ceremonia humillante
fue transformada en rito consagrado, que deba ser
observado por los discípulos, con el fin de que recordasen siempre sus
lecciones de humildad y
servicio.
"Este rito es la preparación indicada por Cristo para el
servicio sacramental.
Mientras se alberga orgullo y divergencia y se contiende
por la supremacía, el corazón no puede entrar en
comunión con Cristo. No
estamos
preparados para recibir la comunión de su cuerpo y su
sangre. Por esto, Jesús indicó que se observase primeramente la ceremonia
conmemorativa de
su humillación" (El Deseado de todas las gentes, p. 605).
En el acto del lavamiento de los pies de los discípulos,
Cristo ejecutó
una limpieza m‡s profunda: la de lavar el corazón de las
manchas del pecado.
El participante se siente indigno de aceptar los
sagrados emblemas antes
de experimentar la limpieza que hace a uno "todo limpio"
(Juan 13:10).
Jesús quería "lavar el enajenamiento, los celos y el
orgullo de sus corazones...
El orgullo y el egoísmo crean disensión y odio, pero
Jesús
se los quitó
al lavarles los pies. Se realizó un cambio en sus
sentimientos. Mirándolos, Jesús pudo decir: "Vosotros limpios estáis" Ó (El
Deseado de todas las
gentes, p. 603).
La experiencia espiritual que encierra el acto del
lavamiento de los
pies deja de ser una costumbre común para convertirse en
un rito sagrado.
Conlleva un mensaje de perdón, aceptación, certeza y
solidaridad, principalmente
de Cristo para con el creyente, pero también entre los
propios
creyentes. Ese mensaje se expresa en una atmósfera de
humildad.
Pan sin levadura y vino sin fermentar.
"Cristo estaba
todavía a la
mesa en la cual se haba servido la cena pascual. Delante
de Él estaban los
panes sin levadura que se usaban en ocasión de la Pascua.
El vino de la
Pascua, exento de toda fermentación, estaba sobre la
mesa. Estos emblemas empleó Cristo para representar su
propio sacrificio sin mácula. Nada que
fuese corrompido por la fermentación, símbolo de pecado y
muerte, poda
representar al "Cordero sin mancha y sin contaminación" Ó
(El Deseado de
todas las gentes, p. 609).
Ni la "copa" ni el pan contenían elementos de
fermentación,
al igual
que en la cena pascual hebrea en la cual toda levadura o
todo fermento había sido eliminado de sus casas (Éxo. 12:15, 19; 13:7).
Por lo tanto, sólo es
apropiado usar en la ceremonia de la comunión jugo de
uvas sin fermentar
y pan sin levadura; y debe ejercerse mucho cuidado al
preparar estos materiales.
En las ‡reas m‡s aisladas del mundo donde no se consigue
jugo de
uva, o de pasas, o jugo concentrado, la
Asociación/Misión/Campo aconsejará qué hacer o ayudar‡ a resolver la
cuestión.
Una conmemoración de la crucifixión. "Al participar del
pan quebrantado
y del fruto de la vid en la Cena del Seor, recordamos su
muerte
hasta que Él venga. As se renuevan en nuestra memoria
las escenas de su pasión y muerte" (Primeros escritos, p. 216).
"Al recibir el pan y el vino que simbolizan el cuerpo
quebrantado de
Cristo y su sangre derramada, nos unimos imaginariamente
a la escena de comunión del aposento alto. Parecemos pasar por el huerto
consagrado por
la agonía de Aquel que llevó los pecados del mundo.
Presenciamos la lucha
por la cual se obtuvo nuestra reconciliación con Dios. El
Cristo crucificado
es levantado entre nosotros" (El Deseado de todas las
gentes, p. 616).
Una proclamación de la segunda venida.
"El rito de la
comunión señala la segunda venida de Cristo. Estaba destinado a
mantener esta esperanza
viva en la mente de los discípulos. En cualquier
oportunidad en que se
reuniesen para conmemorar su muerte, relataban cómo Él "tomando el vaso,
y hechas gracias, les dio, diciendo: Bebed de él todos;
porque esto es mi
sangre del nuevo pacto, la cual es derramada por muchos
para remisión de
los pecados. Y os digo, que desde ahora no beberá más de
este fruto de la
vid hasta aquel da, cuando lo tengo de beber nuevo con
vosotros en el reino
de mi Padre". En su tribulación, hallaban consuelo en la
esperanza del
regreso de su Seor. Les era indeciblemente precioso el
pensamiento: "Todas
las veces que comiereis este pan, y bebiereis esta copa,
la muerte del
Seor anunciáis hasta que venga" (1 Cor. 11:26)Ó (El
Deseado de todas las
gentes, p. 614).
Anuncio del servicio de
comunión. El servicio de comunión
puede,
con toda propiedad, formar parte de cualquier culto
cristiano de adoración.
Sin embargo, para darle el debido énfasis y hacerlo
extensible al mayor número posible de miembros,
generalmente se lo realiza durante el culto divino del
sábado, preferentemente en el penúltimo sábado
de cada trimestre.
Este servicio
debe anunciarse el sábado anterior,
destacando la importancia
de dicha ceremonia, para que todos los miembros puedan
preparar
sus corazones y estar seguros de que fueron arregladas
las desavenencias
no resueltas unos con los otros. De esa manera, al
acercarse a la mesa del
Seor, en la siguiente semana, el servicio traer‡ la
bendición deseada. Debe
notificarse a los que no están presentes cuando se hace
el anuncio, e invitarlos
a asistir.
Cómo conducir el servicio de Comunión. Duración del
servicio. El
tiempo no es el factor m‡s significativo en la
planificación del servicio de comunión. Sin embargo, se puede mejorar la asistencia y
aumentar el impacto
espiritual si se toma en cuenta lo siguiente:
Preliminares. La parte introductoria del servicio sólo
debe incluir
anuncios breves, himno, oración, ofrenda y un sermón corto
antes de separarse
para el lavamiento de pies. Si la primera parte del
culto es breve,
m‡s adoradores se sentir‡n animados a quedarse para la
ceremonia completa.
Lavamiento de pies. Cada iglesia debe tener un plan para
atender las
necesidades de sus miembros en lo que respecta al
servicio de la humildad.
Deben preparase áreas separadas para que los hombres y
las mujeres celebren el rito de humildad.
Cuando hay escaleras o la distancia es un problema,
deben tomarse las providencias oportunas en favor de los
discapacitados. En los lugares donde sea socialmente
aceptable y donde la vestimenta sea tal que no haya
inmodestia, pueden hacerse arreglos para que el esposo y
la esposa, o los padres y sus hijos bautizados,
participen juntos del rito de humildad. Para animar a
las personas tímidas o sensibles que podrían considerar
penosa la elección de una persona a la cual lavarle los
pies, deben designarse líderes de la iglesia cuya
responsabilidad, durante el lavamiento de los pies, sea
ayudar a esas personas a encontrar compañeros.
Pan y vino. Después del lavamiento de pies, la
congregación vuelve a
reunirse de nuevo para participar del pan y el vino.
Puede
cantarse un himno mientras la congregación se vuelve a
reunir y los pastores o ancianos oficiantes ocupan sus
lugares junto a la mesa donde se ha colocado el pan y el
vino, y los diáconos y diaconisas toman sus lugares. Se
retira el mantel que cubre el pan. A continuación se
puede leer un pasaje apropiado de las Escrituras, como 1
Corintios 11:23, 24; Mateo 26:26; Marcos 14:22; o Lucas
12:19; o se puede predicar un breve sermón en este
momento, en vez de hacerlo antes del servicio. Esto
puede ser especialmente eficaz si el sermón enfatiza el
significado del pan y del vino, de modo que su mensaje
esté todavía fresco en la mente de los participantes
cuando se distribuyen los emblemas.
Los oficiantes se arrodillan mientras se pide la
bendición sobre el pan. La congregación puede
arrodillarse o permanecer sentada. Normalmente, la mayor
parte del pan que se va a distribuir se parte antes del
servicio, dejando un poco en cada plato para que los
pastores o ancianos lo partan
después de la bendición. El pastor y los ancianos pasan
los platos con el pan a los diáconos para que lo sirvan
a la congregación. Durante este tiempo puede haber
música especial, testimonios, un resumen del sermón,
lectura selecta, canto congregacional o música para
meditación al órgano o piano.
Cada persona debe retener su porción de pan hasta que
los oficiantes se hayan servido. Cuando todos se han
sentado, el que dirige invita a todos a participar del
pan juntos. Todos oran silenciosamente mientras comen el
pan.
El ministro oficiante lee entonces pasajes apropiados de
la Escritura, tales como 1 Corintios 11:25, 26; Mateo
26:27-29; Marcos 14:23-25; o Lucas 22:20. Los oficiantes
se arrodillan para ofrecer la oración de consagración
sobre el vino. De nuevo, los diáconos sirven a la
congregación. Mientras se sirve el vino se pueden
continuar las actividades sugeridas al repartir el pan.
Después que los ministros o ancianos oficiantes se
sirvieron, todos los participantes beben el vino juntos.
Un método opcional es que el pan sea bendecido y
partido; y entonces colocado junto con el vino en la
misma bandeja y pasado a la congregación. Los
participantes toman tanto el pan como el vino de la
misma bandeja al mismo tiempo. Luego se come el pan,
seguido de una oración silenciosa. Entonces, después de
la oración sobre el vino, todos lo beben al mismo tiempo
y concluyen con otra oración silenciosa. En las iglesias
en las que los bancos tienen soportes para los cálices,
no es necesario recogerlos antes de concluir la
ceremonia.
Celebración. El servicio puede terminar con una
presentación musical
o un canto congregacional, seguido por la bendición. Sin
embargo, cualquiera
sea la forma como concluya la ceremonia, debe culminar
con un tono
vibrante. La comunión siempre debe ser una experiencia
solemne, pero
nunca sombra. Los errores fueron corregidos, los pecados
perdonados, la
fe reafirmada; es el momento de conmemorar. Que la
música sea brillante y
gozosa.
Con frecuencia se recoge una ofrenda para los pobres a
medida que la
congregación sale. Después del servicio, los di‡conos y
las diaconisas desocupan
la mesa, recogen las copas, y tomando el pan y el vino
sobrantes,
queman o entierran el pan y derraman el vino en tierra.
Quiénes pueden participar.
La Iglesia Adventista del Séptimo Da
practica la comunión abierta. Todos los que entregaron su
vida al Salvador
pueden participar. Los niños aprenden el significado del
rito al observar
a los que participan. Después de recibir instrucción
formal en las clases
bautismales y de hacer su compromiso con Jesús en el
bautismo, están preparados
para participar de la ceremonia.
"El ejemplo de Cristo prohíbe la exclusividad en la Cena
del Seor. Es
verdad que el pecado abierto excluye a los culpables.
Esto lo enseña claramente
el Espíritu Santo (1 Cor. 5:11). Pero, fuera de esto,
nadie ha de pronunciar
juicio. Dios no ha dejado a los hombres el decir quiénes
se han de
presentar en estas ocasiones. Porque ¿quién puede leer
el corazón? ¿Quién
puede distinguir la cizaña del trigo? "Por tanto,
pruébese cada uno a s mismo,
y coma as del pan, y beba de la copa". Porque
"cualquiera que comiere
este pan o bebiere esta copa del Seor indignamente, será
culpado del
cuerpo y de la sangre del Señor". Porque el que come y
bebe indignamente,
sin discernir el cuerpo del Señor, juicio come y bebe
para sí" (1 Cor.
11:28, 27, 29).
"Cuando los creyentes se congregan para celebrar los
ritos, están presentes
mensajeros invisibles para los ojos humanos. Puede haber
un Judas
en el grupo, y en tal caso hay allí mensajeros del
príncipe de las tinieblas,
porque ellos acompañan a todos los que se niegan a ser
dirigidos por el Espíritu Santo. Los ángeles celestiales está‡n
también
presentes. Estos visitantes
invisibles están presentes en toda ocasión tal. Pueden
entrar en el grupo
personas que no son de todo corazón siervos de la verdad
y la santidad, pero
que desean tomar parte en el rito. No debe prohibírseles.
Hay testigos
que estuvieron presentes cuando Jesús lavó los pies de
los discípulos y de
Judas. Hay ojos m‡s que humanos que contemplan la
escena" (El Deseado de todas las gentes, pp. 612, 613).
Todos los miembros deben asistir.
"Nadie debe excluirse
de la comunión porque esté presente alguna persona indigna. Cada
discípulo está llamado
a participar públicamente de ella y dar as testimonio de
que acepta a
Cristo como Salvador personal. Es en estas ocasiones
designadas por él
mismo cuando Cristo se encuentra con los suyos y los
fortalece por su presencia.
Corazones y manos indignos pueden administrar el rito;
sin embargo,
Cristo está allí para ministrar a sus hijos. Todos los
que vienen con su
fe fija en él ser‡n grandemente bendecidos. Todos los
que descuidan estos
momentos de privilegio divino sufrir‡n una pérdida.
Acerca de ellos se
puede decir con acierto: "No estáis limpios todos" Ó (El
Deseado de todas
las gentes, p. 613).
Quien puede dirigir el culto de comunión. El servicio de
comunión
debe ser dirigido por un pastor ordenado o por un
anciano de la iglesia local.
Los di‡conos, aunque sean ordenados, no pueden dirigir
un servicio
tal, pero pueden ayudar sirviendo el pan y el vino a los
miembros.
Servicio de comunión para los enfermos.
Si algún miembro
está enfermo
o si por alguna otra razón no puede abandonar su hogar
para asistir a
la ceremonia de comunión en la casa de culto, se puede
realizar una ceremonia
especial para él en la casa. Este servicio religioso
puede ser oficiado
solamente por un pastor ordenado o por un anciano de la
iglesia local, que
puede ser acompañado por algún diácono o diaconisa.
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